Retorno de una metafísica olvidada: El Yo Soy
De vez en cuando recibo cosas interesantes, y aunque muchos no estén de acuerdo, este sería mi mensaje a modo de información sobre el “Yo Soy” de la metafísica, que hace años experimenté con resultados siempre positivos. Al cabo de un tiempo desapareció, como si fueran ciclos en la vida que aparecen y desaparecen sin motivo aparente. Sin embargo, gracias a una sintonía especial —también podríamos llamarla telepática—, vuelvo a conectar con estados sensibles que me impulsan a escribir a través de percepciones extrasensoriales. Dichas percepciones son fruto del contacto extraterrestre que, en su momento, me permitió conocer mejor este universo desconocido: el de los seres de otros mundos, su cultura cósmica, sus avances y retrocesos.
Teniendo en cuenta estas referencias, activamos reminiscencias de un pasado remoto, incierto y lleno de dudas. Nos referimos al mundo de los dioses, porque estuvieron aquí, y nuestras antiguas enseñanzas así lo indican. A su vez, si subimos un peldaño más, comenzamos a preguntarnos: ¿quién creó a esos dioses de la mitología que conocemos? Dichas historias se dieron en todo el planeta Tierra: no solo en Grecia, sino también en la India, en Australia y en muchos lugares de Europa.
Toda esta narrativa nos lleva hacia algo más inteligente, más complejo, difícil de interpretar y, a la vez, más atractivo: enseñanzas que aparecieron sin saberse dónde ni cuándo, pero que quedaron aquí. Pocos las conocen y, con el tiempo, fueron olvidadas. Nos referimos a la Hipérborea, cuyo significado va más allá de lo cognoscible. Simplificando, esta narrativa nos habla del Demiurgo y del Incognoscible. Según dicha tradición, la historia del universo fue falseada y manipulada por un dios vengativo y artificial que, de acuerdo con esta cultura cósmica, es aberrante y ha envuelto a la humanidad en guerras constantes.
El espíritu habría sido encarcelado por dioses traidores y puesto a disposición del Demiurgo, un dios celoso del Original, al que intentó imitar creando este universo material, demencial, lleno de sufrimiento, terror y miedo. Nos cuentan que el Demiurgo formó al hombre del barro, quiso imitar al Origen —su homólogo principal—, y para ello creó las almas dentro de este cuerpo maravilloso que tenemos. El espíritu, que somos nosotros, es el liberador de todas las esencias cósmicas, pero fue encerrado junto al alma para vivir y experimentar todo tipo de vivencias, como las que hoy padecemos.
Se trata, entonces, de liberarnos de la esclavitud del alma, que pertenece al Demiurgo. El alma necesita vivir experiencias y, tras completarlas, sería absorbida por él, desapareciendo así el espíritu increado al unirse con su falso creador. Esta idea resulta estremecedora. Parece una alegoría, un cuento cósmico sobre dioses ilegítimos y perversos, algo difícil de comprender racionalmente. Sin embargo, estas historias llaman la atención, porque reflejan vivencias que, de algún modo, seguimos experimentando.
Toda esta narrativa tiene que ver con la metafísica, aunque su origen sea desconocido. Nadie sabe quién la creó ni cómo se expandió, a pesar de que se atribuye su enseñanza a los llamados Maestros Ascendidos o “Maestros Elevados”. En la metafísica, todo es perfecto, incluso mágico; no permite la entrada de palabras negativas. Su coherencia es tan precisa que parece imposible que haya surgido de manera casual. Quizás vino del Incognoscible para ayudar a los espíritus del planeta, aunque con un propósito añadido: recordarnos nuestro origen hiperbóreo.
Entendemos que muchas almas fueron puestas al servicio del Demiurgo, mientras que el espíritu procede del Incognoscible, de los hiperbóreos. El Demiurgo, en su afán de imitación, creó su propio reflejo del universo original y lo extendió por los mundos, estableciendo un sistema de experiencias donde el alma, al encarnar el espíritu, busca aprender mediante el sufrimiento, el error, la pobreza, el odio o la venganza. Así se generó un caos galáctico dominado por el dolor y la desilusión.
En la metafísica, sin embargo, todo es perfecto. Las palabras son siempre positivas y esperanzadoras. Tal vez esta verdad, hoy deteriorada y olvidada, proceda de los hiperbóreos, del Incognoscible mismo.
Para aquellos que no conocen su origen, diremos que la fuente de la creación proviene de quien realmente nos creó, aunque por causas desconocidas intervino el Demiurgo, encarcelando a los espíritus que, a través de la reencarnación, trabajan y experimentan. ¿Dónde se encuentra la verdad acerca de esto? No se sabe. Ni siquiera los hermanos extraterrestres lo comprenden del todo. Solo saben que, en el origen, ocurrieron fallos que nunca debieron existir, y desde entonces la humanidad camina bajo parámetros impuestos.
Los nuevos espíritus creadores no comprendieron el plan, pues les fue ocultado, y desconocen que algo grave ocurrió en aquel tiempo. La metafísica surgió en un momento difícil, cuando la humanidad carecía de ayuda cósmica. Aunque se ha hablado de ello en otros escritos, aún no sabemos, en lo más profundo, quién la originó ni con qué propósito.
Si todo fue creado y programado, ¿qué sentido tiene vivir experiencias? ¿Existe realmente el libre albedrío? Si no hay castigos ni premios, si todo está escrito, ¿qué papel jugamos? Llegamos entonces a la conclusión de que el Demiurgo está detrás de todo esto. Las almas son las que experimentan a través de nuestros espíritus, pues el alma necesita aprender, no el espíritu que la envuelve. Según los hiperbóreos, el Incognoscible no necesita crecer ni crear, porque lo contiene todo; mientras que su contrario, el Demiurgo, necesita cuerpos materiales —nuestras almas encarnadas— para seguir existiendo y alimentarse de esas
